Texto: Guillermo Domínguez
El penetrante olor de la lavanda. El canto de las chicharras. Una luz pura y resplandeciente, en una época en la que la canícula comienza a apretar pero no ahoga. Un paisaje idílico que inspira a los mejores artistas. Maravillas arquitectónicas incrustadas en formidables viñedos. Pueblos pintorescos que cautivan. Sin olvidar, por supuesto, una excelente gastronomía: quesos, vinos, trufas, carnes… o ese embriagador olor a cacao que desprende la fábrica de Valrhona (considerado el mejor chocolate del mundo).
La Provenza proporciona auténticas maravillas, regalos para los sentidos del viajero. En esta región del sur de Francia desemboca el río Ródano, el más mediterráneo del país galo y uno de los más importantes de Europa. Y qué mejor manera de descubrir tanto los secretos de la Provenza como los del Ródano a bordo de un crucero de lujo.

Riverside Ravel -bautizado así en honor de Maurice Ravel, uno de los más aclamados compositores de la historia de Francia, famoso por su Bolero– es el crucero fluvial de Riverside Luxury Cruises encargado de navegar por este río. Con 11 metros de manga y 135 de eslora, el barco dispone de un total de 55 suites, con capacidad máxima para 110 personas.
La historia de Riverside Luxury Cruises
La firma Riverside Luxury Cruises vio la luz en 2022, pero su historia se remonta a más de medio siglo. En la década de los 60, el empresario alemán Theo Gerlach visitó Canarias para unas vacaciones. Quedó prendado de las islas y allí empezó a construir una serie de hoteles. Sus hijos Gregor y Anouchka, recogiendo el testigo del progenitor, trasladaron el lujo de estas dependencia al agua y a los barcos. De ahí surgió la idea de llevar los hoteles de lujo al mar (Seaside Collection) y, años después, a tres de los principales ríos del Viejo Continente (Riverside Luxury Cruises): Ródano, Rin y Danubio.

La misión principal de la compañía es hacer felices a sus clientes. Sólo así se puede entender la exquisita atención que este redactor de CORPORATE -junto a un formidable grupo de periodistas- encontró a bordo del Riverside Ravel al dar con sus huesos en Aviñón, encantadora ciudad medieval que fue sede de los papas durante más de seis décadas. Una copa de champán y una toallita húmeda nada más embarcar. Por no hablar de Elvin, mayordomo rumano siempre atento y dispuesto a llevarte un cóctel allá donde te encuentres (incluso en la piscina interior)… las 24 horas del día. Y, como él, el resto de los más de 80 tripulantes que trabajan en el Riverside Ravel. Sencillamente espectacular.
Una experiencia inolvidable
Una atención impecable acorde a los lujosos detalles con los que cuenta este barco, donde todo ha sido diseñado con el mayor cariño posible, siempre buscando la felicidad del huésped. Pero no sólo en el Ravel, sino también en el Mozart (Danubio) y Debussy (Rin), que son los otros dos cruceros que tiene Riverside Luxury Cruises.
Piscina, gimnasio, una cabina de masajes, tumbonas en la cubierta exterior… y, por supuesto, un lujo incomparable en cada suite, donde se encargan de darnos la bienvenida con unos exquisitos bombones. Sin olvidar el entretenimiento nocturno bajo el techo abovedado de vidrio en el Palm Court Lounge del Ravel, donde nos sugirieron -y algunos probamos- un cóctel más fuerte de lo esperado con la melodiosa música al piano de Georgi, siempre dispuesto a interpretar todas las peticiones que le hicimos -algunas de lo más estrafalarias, la verdad sea dicha-.

La gastronomía, gran atractivo
Y, cómo no, la gastronomía. Con Benoit Tesson al frente de la cocina -este chef francés de la zona de Normandía ha trabajado incluso en jets privados-, el Ravel destaca especialmente por su alta cocina, basada en los productos locales: desde un desayuno estilo buffet hasta su cena a la carta -donde el comensal a buen seguro va a quedar más que saciado-, sin olvidar el exquisito almuerzo o las barbacoas al aire libre en la cubierta superior -amenizada en nuestro caso por músicos que componen la tercera generación de los Gipsy Kings, que se dice pronto-.
Además de esas suculentas viandas o el salmón y las verduras cocinados a la parrilla, a bordo del Riverside Ravel pudimos degustar de auténticas delicatessen como el pichón glaseado, las ancas de rana, el ratatouille, la merluza al beurre blanc o un sencillo a la par que elegante sándwich de trufa, por citar sólo algunas elaboraciones a cargo del chef Tesson. Sin obviar la noche de tapas españolas con la que despedimos el viaje antes de navegar, al día siguiente, rumbo a Lyon, desde cuyo aeropuerto volamos de regreso a Madrid.

Visitando la Provenza
Antes, por el camino, cuatro inolvidables días -excluyendo el del viaje de vuelta- en los que hubo una gran sintonía entre todos los miembros del nutrido y peculiar grupo y, además de contemplar los bellos parajes de la Provenza, también visitamos ciudades y pueblos de auténtico ensueño, con un encanto sin parangón: Aviñón, Arlés, Les Baux-de-Provence, Aix-en-Provence, Grignan, Viviers, Tournon-sur-Rhône y Tain l’Hermitage. Sólo nos faltó visitar Lyon -que sólo vimos de pasada desde el minibús-, cuna de la gastronomía francesa, aunque amenazamos con regresar más pronto que tarde.
¿Qué decir de cada una de ellas? Desde la majestuosidad del Palacio de los Papas en Aviñón -todo un descubrimiento esta ciudad de casi 100.000 habitantes- a la belleza de Aix-en-Provence, pasando por la arquitectura medieval de Les Baux-de-Provence, Grignan o Viviers, donde realizamos una excursión teatralizada nocturna en la que una joven ataviada con un colorido brial -el vestido típico de las mujeres en la Edad Media-, y un clavecín en su regazo, nos puso los pelos de punta con la interpretación del Scarborough Fair.

Cómo no, otras magníficas excursiones como la visita al Carrières des Lumiéres para contemplar El Egipto de los Faraones, a la fábrica de Valrhona (‘valle del Ródano’ en francés), a la granja de trufas Ayme Truffe, el taller de lavanda en los campos de Bégude-de-Mazenc (que a nuestra compañera A.M. se le hizo demasiado corto) o las degustaciones de productos como queso y vino (a bordo del Ravel realizamos un exquisito maridaje). Sin olvidar, por supuesto, esas impagables lecciones de Historia y Religión a cargo de C.M., cuya dulce voz podría llenar horas y horas de magacines radiofónicos.
Ni tampoco esa oscura y poco reconocida labor de Csaba, otro de los siempre amables y serviciales tripulantes del Ravel, que en la excursión de Tournon-sur-Rhône se pegó un auténtico carrerón de vuelta hasta el barco para traerle a este redactor el dispositivo traductor que había olvidado en su suite. Increíble…

En definitiva, una experiencia irrepetible. Riverside Ravel superó nuestras expectativas y, a buen seguro que, a pesar de todo lo descrito en estas líneas, también la de los lectores de CORPORATE.