Cualquiera que escuche este lema que titula mi editorial, pensaría que me estoy refiriendo al reclamo de algún producto de limpieza, pues nada más lejos de la realidad, estoy refiriéndome al lema que preside el gran salón de actos de la Real Academia Española.

Corría el año 1714 cuando Juan Manuel Fernández Pacheco fundaba la RAE. Fue el primer director de la Academia, el octavo marqués de Villena -duque de Escalona, grande de España y caballero de la Insigne Orden del Toisón de Oro- tomando como ejemplo el modelo de la Academia Francesa y el de la Academia della Crusca creó la Real Academia Española con la ayuda de un grupo reducido de académicos, conocido como «los novatores».

He tenido la oportunidad de visitar la sede oficial de la RAE en la calle Felipe IV, 4 acompañado de mi buen amigo Enrique Arribas, que amablemente me ha ido descubriendo sus diferentes estancias que acogen y defienden la pureza del español. Uno tiene la sensación de viajar en el tiempo y siente el peso de la historia y de las personas que a través de su esfuerzo y decisión han logrado influir en la historia de todos nosotros.

Cuando uno se adentra en este Sacta Santorum de nuestro idioma se percata de la importancia y relevancia de nuestra lengua, un vehículo que ha unido a lo largo de la historia más reciente de nuestro mundo a sociedades y continentes.

Estamos, creo, obligados a defender y potenciar el uso del español en la relaciones comerciales, culturales y sociales como punto de unión de empresas, artistas y naciones. El español es una potente herramienta para crear riqueza, conocimiento y comunicación.

Hoy nos encontramos en un momento clave de nuestra historia, donde la tecnología y las comunicaciones nos permiten tener acceso y disfrutar de información y formación sobre múltiples materias y contenidos, somos los medios de comunicación correa de transmisión y garantes de la pureza y respeto de un idioma que debe ser cada día más universal.