La historia de la Guía Michelin siempre me ha parecido fascinante, porque se trata de una idea que, inesperadamente, evolucionóde manera asombrosa. Lo que hoy es una de las principales referentes de la industria gastronómica, comenzó como un modesto manual para conductores. Nadie habría podido prever que este proyecto se transformaría en el símbolo de los destinos culinarios más prestigiosos, ni que contribuiría a una narrativa empresarial tan sólida que sigue marcando el rumbo del sector, más de un siglo después.
Para entender este fenómeno, hay que retroceder a 1900, cuando los hermanos André y Édouard Michelin, fundadores de la empresa de neumáticos, lanzaron la primera versión de la Guía Michelin. Concebida inicialmente como un recurso práctico para automovilistas, ofrecía información sobre estaciones de servicio, carreteras, mecánicos y alojamientos en Francia, con la clara intención de fomentar el uso de automóviles y, en consecuencia, aumentar la demanda de neumáticos. Aunque no se puede confirmar que impulsara directamente las ventas, como señala Olivier Darmon en su libro Los primeros cien años del hombre Michelin, la guía sí abrió una nueva fuente de ingresos y funcionó como una efectiva herramienta publicitaria.
Con el tiempo, la guía logró profundizar su relación con el público. En 1926, comenzó a otorgar estrellas a los mejores establecimientos culinarios, y en 1931 introdujo su célebre clasificación de 1, 2 y 3 estrellas, sentando las bases de un sistema que marcaría nuevos estándares en la industria global. Más allá de las controversias que suelen rodear a cualquier galardón, es innegable que la obtención de una insignia como esta actúa como una palanca de visibilidad pública y prestigio para consolidar la imagen.
En la actualidad, no es raro escuchar a chefs y propietarios hablar del impacto que una estrella ha tenido, por ejemplo, en el ánimo del equipo e incluso en su capacidad para atraer talento. A menudo, un restaurante que recibe su primera distinción estelar experimenta un aumento inmediato en sus reservas. Empero, también hay una cara menos glamurosa: la pérdida de una estrella puede, en algunos casos, reducir las ventas hasta en un 50 %, de acuerdo con el estudio Behind the Stars: A Concise Typology of Michelin Restaurants in Europe.
Sigamos adelante. Una característica peculiar de la influencia de la Guía Michelin es su método de otorgamiento. Los inspectores, anónimos y meticulosamente entrenados, son los guardianes de ese rigor que hace que cada estrella sea un testimonio de excelencia. Este proceso, mantenido con consistencia, es lo que ha permitido a Michelin cimentar su credibilidad y autoridad y ganarse la confianza del sector gastronómico. El reconocimiento, además de llenar mesas; abre puertas a inversores, colaboraciones y toda una nueva red de oportunidades. Y, cada una de esas alianzas, nutre y hace crecer la reputación del restaurante.
Por cierto, he confirmado una y otra vez a lo largo de mi trayectoria que la percepción de los clientes -alimentada por las opiniones compartidas en redes sociales y medios- puede hacer despegar un negocio o ponerlo en entredicho, algo de lo que el sector de la restauración no está exento, sino al revés, es extremadamente sensible a ello. Las clasificaciones Michelin, aunque influyentes, no bastan por sí solas para forjar la reputación de un restaurante. Actúan como trampolines de crecimiento pero la reputación es un activo que se construye día a día. En este sentido, no es equivocado pensar que obtener una estrella es el inicio de un desafío mayor: mantener y reforzar esa percepción positiva a lo largo del tiempo, tanto dentro del negocio como en su proyección hacia el exterior. La generación de expectativas es un arma de doble filo.
Entonces, para maximizar su impacto, es claro que la relación debe ser gestionada estratégicamente. Los restaurantes que comprenden esta dinámica no solo aprovechan el impulso inmediato de este premio; además lo transforman en una plataforma de evolución sostenible para posicionarse como referentes a largo plazo. Así, la concesión de la insignia funciona como un puente de doble vía: valora los logros del pasado al tiempo que establece un compromiso con el futuro, recordándonos que, en este juego, el reconocimiento es solo un ingrediente más en la compleja estructura de la reputación y, por tanto, de la generación de negocio.
Joaquín Mouriz Costa
Director de Marca Comunicación y Experiencia de Cliente
BNP Paribas Personal Finance