Vivimos en un momento donde la velocidad del cambio no ha tenido referencias parecidas en nuestro pasado. Los productos, servicios, consumidores y la propia tecnología se nos presentan cada día con crecimientos incrementales, mientras que nuestro cuerpo y nuestra mente crecen a velocidades lineales, que es para lo que están preparadas. Esta diferencia hace que como individuos nos vemos sometidos a una altísima presión para ir más rápido, pensar más rápido, actuar antes, formarnos a mayor velocidad.
No sabemos bien cómo vamos a responder a estos acelerones, pero sí sabemos que tenemos que prepararnos lo mejor posible para este nuevo escenario, estando en excelente forma intelectual y física para poder adaptarnos con éxito a lo que nos depara el futuro inmediato.
En este sentido las Organizaciones están adecuando el entrenamiento de sus equipos a un nuevo mapa de habilidades, salud y rendimiento, que se alimenta de sólidos conocimientos, actitudes, capacidades físicas y emocionales que den respuesta a las nuevas demandas.
La mayoría de los problemas de salud que hoy padecemos en las sociedades industrializadas (lumbalgias, osteoporosis, sobrepeso, depresión, diabetes, hipertensión, cáncer …), son consecuencia de la discrepancia entre el diseño evolutivo de nuestro organismo y el uso que de él hacemos. Con ello nos referimos a discordancias significativas en nuestra dieta, hace menos de un siglo se basaba comida real, mientras que actualmente predominan los alimentos procesados y desvitalizados. Cambios de horarios y ciclos circadianos, falta de descanso, exposición a periodos de estrés continuado, cambios de entorno (asfalto y humo frente a espacios naturales), y por supuesto, cambios en nuestra movilidad. El nuevo mundo se está diseñando para no moverse.
Y qué decir de los pensamientos, las emociones y los estados de ánimo convertidos en “pilotos automáticos” de ciertos patrones alimentarios. Nos acechan patrones irregulares de hambre, gula, alegría, tristeza, preocupación, ansiedad, modas, y, por tanto, nuestro cuerpo y nuestra mente sufren sacudidas por esas maneras desestructuradas de obtener energía a través de la comida.
Y qué decir de las campañas de la industria alimenticia, que no se conforman con cubrir las necesidades básicas del cuerpo, si no que, conscientes del efecto que los alimentos producen a nuestros sentidos, compiten por engancharnos a sabores y experiencias más allá de lo físico.
¿Acaso sabemos hasta qué punto nos afecta nuestra manera de comer o vivir en la forma de ser, pensar, actuar, o rendir?
La realidad es que ésta es una asignatura pendiente en nuestra educación a lo largo de la vida. Necesitamos nutrir adecuadamente cuerpo y mente, y no hablamos sólo de dietas, si no de sentido común y rendimiento energético.