Emerge al refulgente primer plano del coleccionismo automotriz un Ford Crestline Sunliner del año 1954, restaurado con esmero extremo. Este convertible clásico, testigo del esplendor posguerra, ha sido sometido a una restauración minuciosa que devuelve a su carrocería líneas y cromados de museo.
Originalmente vendido en Estados Unidos, este ejemplar tocó suelo europeo (Holanda) y hoy luce matrícula colombiana, testimonio de un pasado trotamundos. Con solo 102 536 km recorridos y destacable ausencia de desgaste externo o en su lujoso interior, destaca por su integridad.
Belleza mecánica y detalle artesanal
El Sunliner 1954 conserva su esencia motora gracias al clásico V8 Y‑Block de 3,9 L, que entrega 130 CV, combinado con una transmisión automática de tres velocidades Fordomatic. Este conjunto proporciona un andar suave y resonante, propio de los gigantes de la época.
La renovación incluyó una tapicería de cuero rojo, capota de lona nueva operativa, neumáticos de banda blanca y sistema de frenos asistidos. El volante con inserciones de madera y su radio original completan una atmósfera auténtica, que transporta al viajero a los años dorados de los 50, manteniendo incluso su velocímetro original que marca hasta 177 km/h.
Introducido en 1952 como el modelo tope de gama de Ford —junto al Victoria hard‑top y el Country Squire— el Sunliner brilló por su flair americano y su carácter de descapotable icónico. En 1954 se produjeron 13 144 unidades antes de ser sustituido por el Fairlane en 1955.
Actualmente, en el mercado, estos ejemplares se cotizan entre 22 000 y 28 000 USD (equivalente a unos 20 000 – 25 000 €), con casos destacados como una unidad vendida en mayo por 28 500 $ en subasta.
Desde su línea limpia y amplia —casi 5 metros de pura presencia— hasta sus acabados en plata y cromado impecable, este Sunliner irradia una elegancia discreta y sofisticada. Su diseño fue concebido para evocar libertad, espíritu del rock ‘n’ roll y la moda jalea de los Cruising Nights americanos.
Más allá de ser una pieza mecánica, es una máquina de narrativa que mezcla viajes intercontinentales, restauración artesana y un inconfundible corazón V8. Es el coche que sigue soñando despierto a quienes valoran la experiencia sin filtros.
Este Ford Crestline Sunliner 1954 no es simplemente un vehículo, sino una obra de arte rodante, perfecta para una portada de revista de lujo. Representa la unión entre la autenticidad histórica, la restauración de primer nivel y el legado cultural de una época clave.